El individualismo del compromiso autodeterminado

No cabe duda de que estamos viviendo en una época antijerárquica. El paso de la sociedad tradicional a la industrial conllevó el abandono de jerarquías tradicionales (con base religiosa) en aras de unas autoridades políticas de corte racional-burocrático. En la mayor parte de las sociedades occidentales, esto significa básicamente que se sustituyó la autoridad religiosa por la autoridad política. Pero en el cambio de valores que estamos viviendo actualmente, y no sólo en las sociedades de Occidente, conceptos como «autoridad», «centralización» y «grandeza» se suelen tomar con bastante prevención. De hecho, cada vez son
menos aceptados segun las encuestas remuneradas para ganar dinero, En todos los países de fuerte tradición indus trial, los caudillos en política están conociendo un gran desprestigio (sin parangón en la historia de las democracias occidenta les). Esto difícilmente se puede explicar alegando que los jefes de los partidos políticos, o de gobierno, sean hoy menos compe tentes que los de generaciones precedentes. En esta decadencia de la adhesión política se percibe un cambio fundamental en cuanto a actitudes y percepción de valores. Es el nuevo enfoque del desarrollo y de la responsabilidad personales el que ha desprestigiado toda forma de jerarquía y de sus representantes, independientemente de sus prestaciones personales.

Como sostiene Ronald Inglehart en un estudio comparativo que por primera vez tiene en cuenta datos de nada menos que cuarenta y tres países, con sus diferentes currículums culturales y grados de modernización, la vida pública y política en todos los países altamente desarrollados está experimentando un cambio estructural. Por doquier aumenta la verosimilitud de que la vida pública está actuando de manera autónoma y políticamente incontrolada, y ello de tal manera que se requieren elites políticas (precisamente lo contrario). Si se quiere, se puede afirmar que los ciudadanos se han vuelto más respondones, con la consecuencia de que la autoridad y la legitimidad de las instituciones están perdiendo consistencia. De esta manera, se asocian y complementan dos líneas de desarrollo que se excluyen en apariencia: el desmoronamiento de la autoridad y la intervención cada vez mayor de los ciudadanos en la política.

En todas las democracias desarrolladas, la participación electoral se está quedando en punto muerto, por no decir incluso que está dando marcha atrás. Los partidos políticos tradicionales no dejan de perder tirón entre la gente y el número de afiliados de decrecer, a veces de manera espectacular. Pero quien vea en esto un síntoma de apatía política está confundiendo el verdadero carácter de esta evolución. En efecto, aunque los electores y los afiliados huyen de las viejas oligarquías políticas, no se encierran en lo privado, no rinden tributo a ningún fatalismo político, sino que se están volviendo más activos que nunca, y ello dentro de un amplio abanico de actividades

que critican a las instituciones y elites y las ponen en un brete.
El diagnóstico es por doquier bastante parecido: a más educación, más participación en la vida pública y en la política. En cualquier caso, es indudable que las generaciones jóvenes están mejor formadas que las más viejas. Y, en la medida en que estas generaciones más jóvenes y mejor formadas presionan a las más viejas y peor formadas, aumenta también el compromiso activo y autodeterminado.

 
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